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Cuando el fin existencial acontece antes del final biológico (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

El asunto no es entonces qué factores inducen al
suicidio, sino
que condiciones espirituales de la persona hace que
ésta, en presencia de tales factores o crisis, se
suicide.

¿En qué puede consistir la manera
neurótica de la
personalidad del candidato suicida? Para la Terapia de la
imperfección, el deseo de suicidarse del candidato suicida
se relaciona, en fondo, con las dos dimensiones referidas, que
aun cuando ultimadamente son filosóficas, su impacto se
despliega psicológicamente en la vida
cotidiana.

En efecto, la personalidad
del suicida se ve perjudicada en sus dos dimensiones
axiológicas que son la dimensión del sentido y la
dimensión de la autovalorización. En realidad, si
quisiéramos ser puntillosos, con el riesgo de ser
también pesados, ambas dimensiones constituyen una sola
cuestión o asunto que en otras ocasiones hemos denominado
la problemática de la significatividad o del significado.
El sistema humano se
construye entorno a esta problemática y su quebranto o
deterioro altera y trastorna el entero sistema.

Con relación a la dimensión del sentido,
el suicida se mueve en un literal contrasentido a la vida. Su
nuevo "sentido", entre comillas, se opone a los infortunios.
Niega la posibilidad de significar los hechos, situaciones y
relaciones negativas. De aquí, pues, su dificultad a
encontrar un sentido a las adversidades, desgracias e
infelicidades que enfrenta y sufre. Para la personalidad
neurótica del suicida, la vida, para conservar su sentido,
tiene que permanecer como soluble, no como problema. Quien se
suicida posee una actitud que
niega la problematicidad de la vida. Pero rechazar los accidentes de
la vida equivale a impugnar la accidentalidad misma de
la vida, su precariedad, su innata, irreversible e insuperable
defectuosidad.

Quien se quita la vida deja ver una privación o
inexistencia de sentido y, en consecuencia, experimenta la nada,
lo que Víctor Frankl define como frustración o
vacío existencial. El suicidio es un acto que expresa el
fracaso de la red de valores que
hasta entonces volvían vigente la vida de quien se
liquida. Para cuando el candidato suicida se ejecuta, sus valores
han caducado.

Si en estos momentos en algún lugar de la tierra
alguien se está matando – y según datos de la OMS
cada 40 segundos alguien se mata-, eso significa que esa persona
no sólo no encontró un sentido a su vida, sino que,
fundamentalmente, le atribuyó un no sentido: la vida no
tiene que ser un problema. Por tanto, la perturbación del
candidato suicida se da inicialmente a nivel de su personalidad
neurotizada. A nivel de su actitud, empieza a tener vigencia la
idea de acabar consigo mismo para zanjar la problematicidad o
accidentalidad de la vida.

Sin embargo, desde el punto de vista que estamos
examinando, en el suicidio hay algo más que el asunto de
la frustración existencial o sensación de
vacío existencial. Quien se quita la vida no sólo
está perjudicado en el sentido de su existencia, sino que
se ve dañado a un nivel más profundo: en la
dimensión del sentido del ser o
autovalorización.

A este punto, el suicida tiene la sensación que
ya no tiene absolutamente nada que perder: ha perdido la
referencia a las dos dimensiones vitales del sistema. Con su acto
desesperado, el suicida, usando una expresión de Erwin
Ringel, no sólo se cierra existencialmente (cierre, que en
opinión de Ringel es de opciones, de alternativas, de
nuevas condiciones de vida, es cierre de las dinámicas
vitales, cierre de la autoestima,
cierre de los intereses), sino que además y sobre todo, el
suicida se cierra ontologicamente. A través de la
práctica del autorechazo, conducta
característica del perfeccionista, el candidato suicida se
desvaloriza. En este proceso de
desvalorización, se conduce de la mano a su propio fin
existencial. El fin existencial acontece entonces antes del final
biológico.

Podemos preguntarnos cuáles son las
características de la personalidad saludable en función de
estas dos dimensiones mencionadas o, si preferimos, podemos
voltear la misma pregunta e interrogarnos en qué estado vive
quien se ve afectado negativamente en dichas
dimensiones.

El suicidio afecta a las dos dimensiones esenciales
involucradas en nuestro "ser-en-el-mundo". La expresión
"ser-en-el-mundo" saca a relucir las dimensiones que se ven
afectadas en el suicidio. La primera parte de la
expresión, "ser" corresponde al valor que se
afirma en cada situación, evento o acontecimiento: al mero
hecho de existir. La segunda parte de la expresión
"en-el-mundo" se refiere a la situación como tal, al lugar
que se ocupa, a lo que acontece, a lo que sucede. Ambos
términos de la expresión "ser-en-el-mundo"
están fusionados o fundidos por la problemática del
significado. Y esto es precisamente lo que se despacha el suicida
en un solo golpe. En efecto, el suicidio es la más intensa
expresión de vacío existencial y la más
extrema expresión de sadismo. En la dimensión de la
autovalorización, el suicidio es un acto que expresa la
desvalorización total del propio ser.

La dimensión del sentido da el calor de las
relaciones
humanas, el gozo de las situaciones y acontecimientos, el
ardor y la excitación de las vivencias, el entusiasmo de
la actividad, la pasión de la creatividad,
los sabores de la vida. La pérdida de esta
dimensión compromete los colores de la
vida que se vuelve opaca, gris.

La dimensión de la autovalorización da el
contenido. Es la conciencia de ser
únicos y verdaderamente especiales. La dimensión de
la autovalorización es la conciencia de sí mismo.
El atrevimiento, el esfuerzo, la osadía y la
decisión de ser a pesar de todo y contra viento y marea.
De aquí que la dimensión de la
autovalorización da orientación a la
dimensión del sentido.

———————————— (omitir: seguir
trabajando)

La existencia y el ser. Cuando se niega la vida, se
afirma la
muerte.

————————————

Concluyendo: para la Terapia de la imperfección,
el sistema humano, lo propio y específicamente
antropológico, está referido a dos dimensiones
esenciales. En la base patológica del suicidio encontramos
un fracaso en esas dimensiones y no sólo un descalabro en
el orden de los factores biológicos, psicológicos y
sociales.

El suicidio manifiesta una frustración de la
dimensión del sentido y de la dimensión de la
autovalorización.

Si la esperanza es la última a morir, cuando
muere la esperanza no significa solamente que ha muerto la
ilusión de superar todas las dificultades, hasta el punto
de morir. No solo ha muerto la vana ilusión de vivir sin
límites, lo cual no entra dentro de la
racionabilidad de las personas y de los verdaderos intereses y
posibilidades. Cuando muere la esperanza se ha hundido el sistema
humano como tal. El candidato al suicidio necesita ayuda para
re-significar su vida y para re-valorizar su ser.

¿Qué significado atribuyo a mi existencia
y que valía concedo a mi existir? De este par de preguntas
depende el curso de nuestra salud espiritual y
psicológica.

Escribe el teólogo David María Turoldo, en
La muerte del
último teólogo
una interesante
reflexión bajo forma de cuento: "Se
trata de aquella isla, donde los hombres no mueren nunca; hombres
que vivían setecientos años, ochocientos
años, continuando la vida envejeciendo, transcurriendo el
tiempo,
marchitándose los sentimientos, como sucede normalmente en
todo el universo, y,
también, enfermando, pero sin morir. Lo único que
no sucedía desde hacía siglos es que alguien
muriese. Podemos imaginarnos lo que era aquella isla.
¿Qué podrían decirse unos a otros
después de unos siglos? ¿Qué contarse, que
ya no supiesen? Pero el aspecto más grave era la
desaparición de todo sentimiento de ternura y de piedad,
incluso frente a los dolores más atroces y en las personas
más queridas, porque todos decían: "no
morirá". Hasta el punto de colocarse todos a la espera de
que alguien, finalmente, comenzase de nuevo a morir. En un cierto
momento, comenzaron a celebrar ritos y plegarias para que se
recomenzase a morir. E invocaban a Dios suplicando:
"Señor, mándanos la muerte, la gran muerte, la
bella muerte; perdónanos si en algún tiempo nos
hemos lamentado porque se moría, si no hemos sabido ser
felices como tú querías, si no hemos comprendido;
la muerte es la puerta de la salvación, la entrada a tu
palacio; la vida es distancia, nos exilia a uno de otro, nos
conduce al desierto; Señor, líbranos de la vida,
tú eres un niño y no sabes lo que quiere decir ser
un hombre de mil
años".

 

 

 

 

 

Autor:

Ricardo Peter

Partes: 1, 2
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